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Tomando en consideración que el cineasta Lee Daniels es el director responsable del desborde emocional en pantalla de Precious y del desastroso desbalance histriónico en The Paperboy, resulta sorprendente la sutileza y el temple que caracteriza su dirección en su nueva película.

Lee Daniels’ The Butler es el tipo de filme que depende de sus buenas intenciones para justificar el abuso de su panfleto social como herramienta principal para desarrollar su trama. Aún así, el peso dramático que tiene la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos, junto con la dirección acertada de Daniels y la abundancia de actuaciones destacadas, en un elenco atestado de actores de renombre, evitan que se sienta como un sermón prolongado y que la crítica social que presenta tenga el impacto emocional necesario.
Aunque se alega que el guión del filme es inspirado en eventos reales de un mayordomo afroamericano que trabajo en la Casa Blanca durante más de cuatro administraciones, el guión utiliza su figura central para retratar la larga y tendida lucha de los afroamericanos para ganar respeto e igualdad en los Estados Unidos.
La jornada de Cecil Gaines (Forest Whitaker) comienza viendo cómo su padre es asesinado en un campo de algodón lleno de esclavos y termina con el mismo personaje entrando a la Casa Blanca para dar la mano al presidente Barack Obama.
Obviamente el interés principal de la película es explorar el gigantesco contraste que hay entre esas dos experiencias, algo que se logra aunque sea de una forma particularmente accidentada y con varias secciones que parecen existir simplemente para ver una estrella de cine interpretar a un político famoso. Ese grupo incluye a Robin Williams como Eisenhower, John Cusack como Richard Nixon, Lieb Schreiber como Lyndon B. Johnson, Alan Rickman como Ronald Reagan y Jane Fonda como Nancy Reagan.
Aunque algunos de esos actores, en particular Williams y Fonda, logran dejar impresiones memorables, sus secciones terminan siendo distracciones innecesarias.
El eje dramático del filme es el contraste de ver a Gaines presenciando eventos que van afectar la historia de su país, con la de su hijo mayor (David Oyelowo), un joven activista que sufre en carne propia el prejuicio y la violencia que hubo antes de hubiera igualdad civil entre blancos y negros.
Dado que la producción decide interrumpir esto con interludios históricos y con una trama secundaria cuya única función es justificar la presencia de Oprah Winfrey como la esposa de Gaines, el impacto del filme queda diluido y no hay ninguna sección en la que se le pueda atribuir mucha tensión dramática.
Aún así, lo que sostiene la película y consigue darle la cohesión que Daniels nunca logra concretizar es la maravillosa interpretación de Forest Whitaker en el rol titular. Durante todas las facetas del personaje, sea como testigo silencioso de la historia de su país o como padre indignado, la sutileza y la integridad de la interpretación de Whitaker logra que el filme sobreviva las pretensiones artísticas de su director y que el impacto emocional del momento final sea completamente contundente.

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