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Recesvinto, enfermo de una afección renal, bebía agua de un manatial en San Juan de Baños (Palencia) para recuperar su salud; el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, curaba su reumatismo en los manantiales de Sacedón (Guadalajara), y Santa Teresa recomendaba las aguas de Loja (Granada) por sus beneficios para la salud a la priora de Malagón.

‘Milagros’ del agua que se unen a funciones más mundanas como las de actuar como hidratante y transportar nutrientes y otras sustancias por el organismo, proporcionar soporte para la actividad celular, regular la temperatura corporal, expulsar los deshechos del cuerpo, favorecer la digestión, prevenir el estreñimiento, mantener el buen funcionamiento renal o lubricar las articulaciones. Y además no engorda.
Cuánto y cómo beber
Por todos es sabido que conviene ingerir entre 2 y 3 litros diarios, según la Organización Mundial de la Salud, para mantener un buen estado físico y mental, medida que se incrementa en mujeres embarazadas o en época de lactancia. Una regla que conviene observar, ya que solo una deshidratación puntual del 2,8% del peso corporal tras un ejercicio duro o una exposición al calor puede causar dismunición de la concentración, del rendimiento físico y de la memoria a corto plazo, así como un incremento del cansancio y cefaleas.
Más grave se torna el problema si se habla de una deshidratación crónica, donde no solo se puede originar una dolorosa litiasis renal, sino que además se incrementa el riesgo de padecer cáncer de vejiga.
Pero ¿cómo se deben beber esas cantidades? En primer lugar, hay que saber que la sensación de sed se nota cuando ya ha comenzado el proceso de deshidratación, motivo por el que hay que beber antes. Después, hay que ingerir el agua a intervalos varias veces durante el día en lugar de hacerlo de una vez cuando se sienta la necesidad.
Y, aunque el consumo de agua y su exceso no está contraindicado en personas sanas, hay que ser consciente de que si se beben de manera regular 6 o 7 litros diarios hay que acudir al endocrinólogo con el fin de descartar trastornos hormonales y otra patología de la zona hipotalámica.
Agua, mineral y natural
Si bien es cierto que en muchas zonas de España el agua del grifo se puede beber con gusto, conviene hidratarse con aguas minerales naturales, ya que al ser de origen subterráneo se encuentran protegidas de toda contaminación, son bacteriológicamente sanas y su composición constante en minerales puede aportar efectos beneficiosos para la salud –algo que no sucede con el resto de aguas ya sean de manantial o preparadas–.
Cada una, dependiendo de su composición, está recomendada para ayudar en diferentes funciones. Así por ejemplo si se desea calmar más rápidamente la sed se optará por aguas con gas por el efecto anestésico que el gas carbónico tiene sobre las terminacones nerviosas de la mucosa oral, tan implicadas en la percepción.
Cada agua, unos beneficios
Cálcicas: mineralización de huesos y dientes.
Bicarbonatadas o alcalinas: mejor digestión y disminución de la acidez de estómago.
Magnésicas: mineralización de huesos y dientes, pueden ser laxantes y ayudan a combatir el estrés.
Hiposódicas: indicadas para personas con problemas renales, hipertensión o retención de líquidos.
Sódicas: acompañadas del ión bicarbonato son digestivas.
Fluoradas: previenen las caries.
Carbónicas o con gas: estimuñan el apetito y facilitan la digestión.
De mineralización débil o muy débil: facilitan la producción de orina. Indicadas para personas con cálculos renales.

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