Hoy en día existe la percepción de que los padres asiáticos tratan a sus niños con rudeza. Pero, hace cientos de años, en el norte de Europa regía una línea de disciplina particularmente dura con los menores, que eran enviados a vivir y trabajar en casas ajenas. Algo que, sin ninguna sorpresa, los jóvenes no siempre disfrutaban.
¿Cómo era la vida del adolescente europeo por entonces?
Alrededor del año 1500, un asistente del embajador de Venecia en Inglaterra se sorprendió ante los extraños estilos de paternidad que encontró durante sus viajes.
A sus amos en Venecia les escribió que los ingleses mantenían a sus hijos en casa "hasta la edad de 7 o 9 años a lo sumo", pero luego "los echaban, tanto a los hombres como a las mujeres, para que sirvieran en residencias de otras personas, obligándoles a permanecer allí generalmente por otros siete o nueve años".
Los desafortunados niños eran despachados de sus casas independientemente de su clase, "todo el mundo, por muy rico que sea, despide a sus hijos para recibir a otros extraños a cambio".
Aunque le dijeron que era por el bien de los pequeños, él sospechaba que los ingleses preferían tener a los hijos de otra gente en sus casas porque podían alimentarlos con menos comida y conseguir que trabajaran más duro.
Sus observaciones pusieron en evidencia un sistema que operaba en todo el norte de Europa en el período medieval y en los inicios de la edad moderna. Muchos padres de todas las clases sociales enviaron a sus hijos a trabajar como empleados o aprendices; sólo una pequeña minoría se dedicaba a la vida religiosa o iba a la universidad.
Eso sí: no eran tan jóvenes como el autor veneciano sugiere. Según Barbara Hanawalt, de la Universidad Estatal de Ohio, la aristocracia ocasionalmente despachaba a sus hijos a los 7 años, pero la mayoría de los padres los despedían más o menos a los 14.
Diarios y cartas encontradas en libros escolares medievales indican que dejar la casa era traumático. "Todo el placer que sentí siendo un niño desde los 3 hasta los 10 años, bajo el cuidado de mi padre y mi madre, ahora se ha transformado en tormentos y dolor", se queja un niño en una carta entregada a los alumnos para que la tradujeran al latín. Los siervos analfabetos no tenían manera de comunicarse con sus padres y las dificultades para el traslado eran tales que si los niños eran enviados a un lugar a sólo 30 kilómetros de distancia de casa igualmente podían sentirse aislados por completo.
¿De buena fe?
Entonces, ¿por qué evolucionó este sistema aparentemente cruel? Para los pobres, había un incentivo económico evidente: liberar el hogar de una boca que alimentar. Pero los padres realmente creían que estaban ayudando sus hijos al enviarlos lejos y, a la vez, así podían ahorrar un poco para costear un aprendiz.
Esos puestos de aprendiz solían durar siete años, pero podían extenderse por una década. Cuanto más largo fuera el plazo, más barato era: y esa es una señal de que el visitante veneciano no se equivocó al concluir que los adolescentes representaban una fuente de mano de obra barata para sus amos.
En 1350, la peste negra redujo la población de Europa a casi a la mitad, de modo que el trabajo asalariado se volvió costoso. La disminución de la población, por otro lado, significó que la comida se abarató, por lo que tener empleados residiendo en la casa tenía sentido para el amo.
"Había una sensación de que tus padres te podían enseñar ciertas cosas, pero se podían aprender otras si se vivía la experiencia de ser entrenado por alguien más", dice el académico Jeremy Goldberg, de la Universidad de York.
Es posible que también los padres lo vieran como una opción para deshacerse de sus adolescentes rebeldes. El historiador social Shulamit Shahar asegura que en ese momento se pensaba que para los extraños era más sencillo criar a un niño y que esa creencia generalizada en el norte de Europa llegó incluso a lugares de Italia.
Buena conducta por contrato
En el siglo XIV, el comerciante florentino Paolo de Certaldo aconsejó: "Si usted tiene un hijo que no hace nada bueno, entrégueselo a un comerciante para que lo envíe a otro país. O envíelo usted mismo a uno de sus amigos cercanos. Nada más puede hacerse. Mientras permanezca con ustedes, no corregirá su conducta".
Muchos adolescentes estaban contractualmente obligados a comportarse. En 1396, un contrato entre un joven aprendiz llamado Thomas y un brasero de Northampton (Inglaterra) llamado John Hyndlee fue avalado por el alcalde de la ciudad. Hyndlee asumió el papel formal de tutor y se comprometió a alimentar a Thomas y también a enseñarle su oficio y a no castigarlo muy severamente por sus errores. El joven, por su parte, prometió no irse sin permiso y tampoco robar, jugar, visitar prostitutas o casarse. Si el contrato llegaba a romperse, el plazo de su aprendizaje se duplicaría y pasaría a ser de 14 años.
Una década del celibato fue demasiado para muchos jóvenes y los aprendices adquirieron la reputación de frecuentar tabernas, en las que se comportaban de manera libertina y promiscua. Perkyn, el protagonista del cuento de Geoffrey Chaucer The Cook's Tale, es un aprendiz al que lo echan por haber robado a su maestro y se va a vivir con un amigo y una prostituta. En 1517, el gremio Mercers se quejó porque muchos de sus aprendices "eran enormemente desordenados" y gastaban el dinero de sus amos en "rameras y otros derroches".
En algunas partes de Alemania, Suiza y Escandinavia, cierto nivel de contacto sexual entre adolescentes, e incluso veinteañeros, era sancionado. Aunque estas tradiciones sólo se describieron en el siglo XIX, los historiadores creen que se remontan a la Edad Media.
"La niña se queda en casa y un hombre de su edad va y se encuentra con ella", relata Colin Heywood, estudioso de la Universidad de Nottingham. "A él se le permite pasar la noche con ella, incluso puede meterse en la cama con ella, pero a ninguno de ellos se les permitía quitarse la ropa. En realidad no podían hacer mucho más que acariciarse".
Fuera de control
Hasta cierto punto, los jóvenes vigilaban su propia sexualidad. "Si una chica tenía reputación de ser demasiado fácil, se le dejaba algo desagradable en la puerta de su casa, para que todo el pueblo supiera que tenía una mala reputación", señala Heywood.
Los chicos también expresaban sus opiniones sobre la conducta moral de los mayores, en tradiciones como la "cencerrada", el ruido hecho con ollas, sartenes y trompetas, entre otros, para burlarse de los viudos en la primera noche de sus nuevas bodas. Si desaprobaban de un matrimonio -tal vez porque el marido golpeaba a su esposa o porque había una gran diferencia de edad- la pareja era sometida a la vergüenza pública.
Los jóvenes de Francia, Alemania y Suiza se organizaban en bandas y elegían a un "Rey de la juventud" cada año. "Salían a la luz en épocas como carnaval, en momentos en los que el mundo estaba patas para arriba", afirma Heywood.
Como era de esperar, las cosas se salían de control. El historiador Philippe Aries describe cómo en Aviñón los jóvenes intentaron apoderarse de la ciudad un día de carnaval, diciendo que darían "palizas a judíos y prostitutas si no les pagaban un rescate".
En Londres, los diferentes gremios se dividieron en tribus y participaron en violentas disputas. En 1339, los pescaderos estuvieron envueltos en grandes batallas callejeras con los orfebres. Pero irónicamente, los aprendices con la peor reputación de violencia eran los abogados: esos chicos tenían objetivos independientes y no vivían bajo la vigilancia de sus amos.
En los siglos XV y XVI, los disturbios entre los aprendices de Londres se hicieron más comunes. El objetivo de la mafia eran los extranjeros, incluyendo a los flamencos y lombardos. El 1 de mayo de 1517, una noche de saqueos y violencia conmocionó a la Inglaterra de los Tudor.
Para entonces, el número de aprendices en la ciudad se había incrementado y para los adultos era cada vez más difícil controlarlos, dice Barbara Hanawalt. Como disminuyeron las muertes prematuras por enfermedades infecciosas, los aprendices debían esperar mucho tiempo para independizarse de sus amos. "Había un buen número de jóvenes aprendices que no tenían ninguna esperanza de conseguir trabajo o tener un negocio propio", explica Jeremy Goldberg. "Había muchos chicos desilusionados y privados de sus derechos, predispuestos a desafiar la autoridad".
De ayer y de hoy
¿Cuán distintos eran los jóvenes de hoy y los de la Edad Media? Es difícil emitir un juicio con la información disponible, dice Goldberg.
Pero muchos padres de adolescentes del siglo XXI asentirán con la cabeza al reconocer que los jóvenes del siglo VIII, que eran esbeltos (a pesar de que comían mucho), veloces, atrevidos, irritables y activos.
También podrían derramar una lágrima sobre la rara colección de cartas del siglo XVI, escritas por los miembros de la familia Behaim de Núremberg y documentados por Stephen Ozment: Michael Behaim fue aprendiz de un comerciante en Milán cuando tenía 12 años. En la década de 1520, le escribió a su madre quejándose de que no le estaban enseñando nada del comercio o los mercados y que lo que hacía era barrer el piso. Para los padres, quizás, lo más preocupante fue leer que tenía miedo de contraer la peste.
Otro de los hijos de los Behaim escribió a sus padres desde la escuela en el siglo XVI. Friedrich, de 14 años, se quejaba de la comida, pedía que le enviaran indumentaria para guardar las apariencias frente a sus compañeros y preguntaba quién lavaría su ropa. Su madre envió tres camisas en un saco, con la advertencia de que " todavía pueden estar húmedas, cuélgalas en una ventana por un rato".
Y -como lo hacen las madres de hoy, sobre todo si tienen los hijos lejos- le hizo llegar sus consejos maternales: "Usa el saco en que te envío estas cosas para luego guardar la ropa sucia".
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