Cuando se le preguntan las causas, responde sin dudar: “Aquí no hay nada que hacer. No hay discotecas, no hay ningún entretenimiento”.
Cada vez hay más mujeres drogadictas en Irán. El aburrimiento, la falta de actividades sociales, el bajo precio de los estupefacientes y, también, el deseo de adelgazar, impulsan el consumo, que se ha disparado en los últimos años.
“Empecé a tomar opio con mi marido. Me dijo que era muy bueno y lo metió en el narguile (pipa de agua). Luego pasé a la morfina y a la metadona”, dice a Efe Feresté, una joven de treinta años rubia, despeinada, con ojeras, el pelo y la piel castigados, los labios resecos y la mirada algo perdida, que reconoce llevar diez años drogándose.
Cuando se le preguntan las causas, responde sin dudar: “Aquí no hay nada que hacer. No hay discotecas, no hay ningún entretenimiento”.
Otras ocho compañeras suyas en el centro de atención a drogodependientes Chitgar, de la ONG Tabalodé Dobaré (Renacer), asienten sin dudarlo y se quejan “pasamos horas y horas en la casa sin hacer nada”.
“Aquí no hay diversión. Una mujer que no trabaja tiene que estar encerrada dedicándose solo a las labores del hogar. Todo el mundo necesita salir y gastar su energía. En este país no existe eso y, para las mujeres, menos todavía”, critica Suheila, de 33 años, que dice haber consumido “de todo” en los últimos once.
En la República Islámica las mujeres no pueden asistir a partidos de fútbol u otros deportes, no hay bares, el alcohol está prohibido (aunque se compra ilegalmente), deben cubrirse de la cabeza a los pies en el espacio público, no pueden viajar con hombres que no sean su marido y está socialmente mal visto que estén en público con varones ajenos a su familia.
Tampoco pueden cantar (a no ser que sea como parte de un coro) ni bailar delante de hombres ni, por supuesto, besarse o ligar en público.
El cine, teatro, televisión y radio solo permiten proyecciones que cumplan con los estrictos estándares morales islámicos impuestos por los clérigos y el acceso a internet es limitado e impide abrir millones de páginas web.
“Las mujeres comienzan a consumir, en muchos casos, para olvidar su pasado, porque algún familiar lo hace o por una baja capacidad de aguantar problemas o dolores. El aburrimiento y la falta de entretenimiento adecuado es otro factor, por eso aquí les enseñamos a programar su tiempo y que rellenen sus horas libres de otra forma”, explica la responsable del centro, Sahra Kanatian.
Irán sigue una dura política contra los narcotraficantes, que incluye la pena capital, pero hace dos décadas cambió su enfoque hacia los drogodependientes y tiene un sistema progresista y de contención de daños que los trata como enfermos, no como criminales, aunque en el país sigue siendo obligatoria la desintoxicación.
Se calcula que hay entre millón y medio y cuatro millones de drogadictos, una cifra en crecimiento de la que el 10% son mujeres.
Situado a las afueras de Teherán y escondido tras una valla con alegres dibujos, el centro Chitgar acoge a 25 mujeres que luchan contra su adicción, en este caso sin ayuda de metadona ni drogas sustitutivas.
La gran mayoría son adictas al “shishé” o “cristal”, meta-anfetaminas locales, pero también hay consumidoras de heroína, morfina y opio, que entran en grandes cantidades desde el vecino gran productor, Afganistán.
La voluntad de adelgazar o la insistencia de sus parejas también llevan a muchas iraníes a introducirse en el mundo de la droga.
Otras empiezan a consumir opiáceos para paliar dolores corporales, por ejemplo, durante la menstruación.
“Normalmente es el hombre que la apoya, su marido o novio, quien las acerca al consumo”, explica la psicóloga Mahsa Hagegí.
En algunos casos, las parejas las incitan a tomar shishé porque aumenta el apetito sexual.
Además, hay salones de belleza y herbolarios que venden meta-anfetaminas disfrazadas de cápsulas para adelgazar y, aunque cada vez está más controlado, según Hagegi “el 90 % de las chicas que lo toman para perder peso no saben lo que están tomando”.
“Yo empecé a tomar cristal para adelgazar. Mi familia me presionaba mucho diciéndome que estaba gorda”, explica Nargués, que ahora lleva años enganchada.
El shishé llegó a Irán como una droga de moda para las clases altas y es el estupefaciente que más se ha extendido en los últimos cinco años, en los que su precio ha caído en picado.
“Ahora cuesta diez veces menos que hace cuatro o cinco años. Hasta entonces lo tomaban solo los ricos, pero ahora se puede comprar incluso por 100.000 riales (2,5 euros) el gramo”, explica una de las chicas.
Coinciden en señalar que cualquier droga “es fácilmente accesible”.
La más cara y menos extendida es la cocaína colombiana, a unos 125 euros el gramo, pero la heroína se puede comprar por 5 euros el gramo y el opio casi regalado: hasta por un euro cada gramo. Una gran tentación para quienes tienen pocas fuentes de diversión.
“Empecé a tomar opio con mi marido. Me dijo que era muy bueno y lo metió en el narguile (pipa de agua). Luego pasé a la morfina y a la metadona”, dice a Efe Feresté, una joven de treinta años rubia, despeinada, con ojeras, el pelo y la piel castigados, los labios resecos y la mirada algo perdida, que reconoce llevar diez años drogándose.
Cuando se le preguntan las causas, responde sin dudar: “Aquí no hay nada que hacer. No hay discotecas, no hay ningún entretenimiento”.
Otras ocho compañeras suyas en el centro de atención a drogodependientes Chitgar, de la ONG Tabalodé Dobaré (Renacer), asienten sin dudarlo y se quejan “pasamos horas y horas en la casa sin hacer nada”.
“Aquí no hay diversión. Una mujer que no trabaja tiene que estar encerrada dedicándose solo a las labores del hogar. Todo el mundo necesita salir y gastar su energía. En este país no existe eso y, para las mujeres, menos todavía”, critica Suheila, de 33 años, que dice haber consumido “de todo” en los últimos once.
En la República Islámica las mujeres no pueden asistir a partidos de fútbol u otros deportes, no hay bares, el alcohol está prohibido (aunque se compra ilegalmente), deben cubrirse de la cabeza a los pies en el espacio público, no pueden viajar con hombres que no sean su marido y está socialmente mal visto que estén en público con varones ajenos a su familia.
Tampoco pueden cantar (a no ser que sea como parte de un coro) ni bailar delante de hombres ni, por supuesto, besarse o ligar en público.
El cine, teatro, televisión y radio solo permiten proyecciones que cumplan con los estrictos estándares morales islámicos impuestos por los clérigos y el acceso a internet es limitado e impide abrir millones de páginas web.
“Las mujeres comienzan a consumir, en muchos casos, para olvidar su pasado, porque algún familiar lo hace o por una baja capacidad de aguantar problemas o dolores. El aburrimiento y la falta de entretenimiento adecuado es otro factor, por eso aquí les enseñamos a programar su tiempo y que rellenen sus horas libres de otra forma”, explica la responsable del centro, Sahra Kanatian.
Irán sigue una dura política contra los narcotraficantes, que incluye la pena capital, pero hace dos décadas cambió su enfoque hacia los drogodependientes y tiene un sistema progresista y de contención de daños que los trata como enfermos, no como criminales, aunque en el país sigue siendo obligatoria la desintoxicación.
Se calcula que hay entre millón y medio y cuatro millones de drogadictos, una cifra en crecimiento de la que el 10% son mujeres.
Situado a las afueras de Teherán y escondido tras una valla con alegres dibujos, el centro Chitgar acoge a 25 mujeres que luchan contra su adicción, en este caso sin ayuda de metadona ni drogas sustitutivas.
La gran mayoría son adictas al “shishé” o “cristal”, meta-anfetaminas locales, pero también hay consumidoras de heroína, morfina y opio, que entran en grandes cantidades desde el vecino gran productor, Afganistán.
La voluntad de adelgazar o la insistencia de sus parejas también llevan a muchas iraníes a introducirse en el mundo de la droga.
Otras empiezan a consumir opiáceos para paliar dolores corporales, por ejemplo, durante la menstruación.
“Normalmente es el hombre que la apoya, su marido o novio, quien las acerca al consumo”, explica la psicóloga Mahsa Hagegí.
En algunos casos, las parejas las incitan a tomar shishé porque aumenta el apetito sexual.
Además, hay salones de belleza y herbolarios que venden meta-anfetaminas disfrazadas de cápsulas para adelgazar y, aunque cada vez está más controlado, según Hagegi “el 90 % de las chicas que lo toman para perder peso no saben lo que están tomando”.
“Yo empecé a tomar cristal para adelgazar. Mi familia me presionaba mucho diciéndome que estaba gorda”, explica Nargués, que ahora lleva años enganchada.
El shishé llegó a Irán como una droga de moda para las clases altas y es el estupefaciente que más se ha extendido en los últimos cinco años, en los que su precio ha caído en picado.
“Ahora cuesta diez veces menos que hace cuatro o cinco años. Hasta entonces lo tomaban solo los ricos, pero ahora se puede comprar incluso por 100.000 riales (2,5 euros) el gramo”, explica una de las chicas.
Coinciden en señalar que cualquier droga “es fácilmente accesible”.
La más cara y menos extendida es la cocaína colombiana, a unos 125 euros el gramo, pero la heroína se puede comprar por 5 euros el gramo y el opio casi regalado: hasta por un euro cada gramo. Una gran tentación para quienes tienen pocas fuentes de diversión.
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