Un documental retrata estas particulares vidas. Son personas que nacieron biológicamente hombres y dicen que se sienten bien siéndolo. Pero les hace gracia convertirse transitoriamente en especies de muñecas gigantes a base de prótesis, rellenos y caretas de látex. Desmesuradas, inexpresivas, plastificadas. Desde luego, chocantes cuando salen a la vía pública así vestidos.
Ellos se convierten literalmente en muñecas de cuerpo entero, con toda su piel enfundada en una segunda piel de goma de apariencia inanimada. Entre la parodia de la muñeca Barbie y una profecía de lo que le puede pasar a algunas cuando se les va de las manos lo de abusar del bisturí, los rellenos y el bótox a granel. Más o menos guapas, más o menos exageradas. Son rubber dolls (muñecas de goma) o maskers (enmascarados, por aquello de que llevan sí o sí una careta de látex con rasgos de mujer).
Tal como publica el diario El País, de España, hace unos días el documental Secrets of the Living Dolls de Channel 4 mostró el ritual de vestuario de estos fanáticos del travestismo. Primero, introducirse cual buzo en rellenos de piernas falsas, un tronco falso y brazos de pega. Luego, el rostro de goma que solo tiene pequeños orificios para ojos, nariz y boca. Y, finalmente, la peluca. A continuación, sus vidas.
Por un lado, la anónima, generalmente anodina. Por otro, la fantasía de convertirse en una mujer de bandera sui generis. Lo llamativo es que los hombres aficionados a esta suerte de fetichismo no siguen un único patrón. No son necesariamente transexuales, ni gays. De hecho, abunda el heterosexual juguetón. Ahí estaba Robert, un septuagenario californiano recién divorciado y dispuesto a acudir este año al Rubberdoll Rendezvous de Minneapolis, una convención anual de amigos del látex, el bondage y el sadomasoquismo y toda forma de fetichismo con acabado vinilado. O Jon, más conocido como 'Jennifer': operador de grúa industrial, padre de seis hijos y director del Rubberdoll Rendezvous. O Joel, un joven bartender a punto de mudarse a vivir con su novia, quien no tiene reparos en que él se convierta en 'Jessie' de cuando en cuando.
Si hay que buscar un padre a esta manifestación de libertad sexual, emocional y hasta artística ese es, sin duda, el fotógrafo alemán Peter Czernich. Creador de la revista sobre fetichismo Marquis y uno de los que más ha dignificado esta forma de expresión sexual. Él mismo define de manera muy clara la apariencia de estas muñecas humanas: "Deben vestir totalmente enfundadas en látex y tener los rasgos femeninos muy exagerados. Eso incluye tetas de torpedo, cintura de avispa y caderas, muslos y trasero muy acentuados. Barra de labios brillante, pestañas superlativas y uñas extra largas. Por lo general, suele ser sumisa, lista para el disfrute de otros. O sea, un juguete sexual".
Una fantasía que mueve una inquieta industria casi artesanal dedicada a fabricar no solo las máscaras, sino prótesis de senos, caderas, nalgas y hasta falsas vaginas con un ingenioso receptáculo para acoplar los testículos y poder dar salida a la orina como una señorita. Un 'outfit' completo puede salir por más de 600 euros.
La Nación / GDA
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