A ver queridas amigas, les haré una pregunta que espero respondan con honestidad. ¿Cuántas veces han terminado regalando un momento de “pasión” a un amigo por pura pena? Sí, sé que es un tema un poco íntimo, pero de qué hablo, si aquí se ha dicho de todo.
El tema que hoy nos ocupa se le conoce en el idioma de Shakespeare como merciful sex y no es otra cosa que terminar en los brazos de quien no se desea simplemente porque nos da pena con el susodicho. Esto no tiene nada que ver con un encuentro casual o el llamado one night stand, sencillamente es un intercambio de afecto, en este caso sexual, con un amigo. Y se diferencia del amigo con privilegios porque, en la mayoría de los casos, aún no ha concluido la acción y ya una quiere desaparecer del panorama. ¡Ay Santa Yuya, que avance y concluya!
Y es que este acto de “bondad” no es nada agradable, porque más que generar gozo y placer resulta un acto de tortura en el que no bien se ha iniciado la acción y ya una está pensando en cuando va a concluir.
Como es momento de confesiones, comparto con ustedes el dato de que en varias ocasiones he sido dadivosa y he terminado en los brazos de quien no deseo. (Ahora no vengan a juzgar a Cara Mía, que aquí estamos hablando, como dicen por ahí, “a pantaleta quitá”).
Les cuento que hace años que tengo esta gran amistad con Miguel, un hombre encantador. Por mucho tiempo, digamos que hasta hace unas semanas, Miguel estuvo de novio con una chica espectacular. Él estaba “entregao”, hasta hablaba de formalizar la relación. Al parecer ella no estaba en esa onda y tras casi un año de noviazgo recién terminó con Miguel. Afortunadamente, él no es de arrastrar cadenas, aceptó la situación. Sin embargo, en una noche en que lo invité a cenar y con unas copas de vino en el sistema, Miguel se puso melancólico. Y coqueto. No era para menos, sin querer (lo juro) había creado el ambiente perfecto para un momento de pasión. Velas, vinos, Gal Costa…
Hizo el avance y en ese momento que es cuando se dice: “lo siento, pero no”, terminé diciendo “está bien” y pensando “bendito, es que me da pena”.
No dudo que él la haya pasado bien, pero yo no. No me gustó para nada y la sensación es fatal. Ahora él no hace nada más que llamarme y enviarme mensajes de texto constantemente invitándome a salir. Lo que él no sabe es que todo fue producto de la pena, nunca de la pasión. Pero jamás se lo diré, es una persona que aprecio y no quiero perder su amistad. Mientras tanto, seguiré evadiendo las invitaciones. Estoy segura de que pronto conseguirá una novia y todo quedará olvidado. Ciao!
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