En algún momento de la vida, todo el mundo ha estado atrapado en un trabajo que no va a ninguna parte. El recuerdo del primer día parece tan lejano que hasta se percibe como un relato que alguien más contó en otra ocasión.
Los sueños, la fe y las ilusiones se marchitaron con cada una de las frustraciones que aparecieron durante el tiempo que se estuvo allí, al ver cómo prosperaron individuos cuyo único talento era el de adular a sus superiores o la forma en la que empleados valiosos se despedían cuando el presupuesto dejaba de rendir. ¿Qué nos hace mantenernos en lugares así?
Supongo que la principal razón es el miedo. Al fin y al cabo, para muchos, un mal trabajo es mejor que no tener trabajo. Brinda una estabilidad que, a pesar de no ser ideal, al menos es fija; se tienen ciertas prestaciones y una antigüedad de la que es difícil desprenderse.
Si lo pensamos, el amor puede ser muy similar, si no es que idéntico. Existen miles de parejas que están en una relación que no es nociva, escandalosa, destructiva o violenta y, en contraparte, tampoco es excitante ni apasionada. Simplemente están, sin emoción ni pena, sin mayores problemas ni bifurcaciones. Se está como si se mirara crecer el pasto.
Al mismo tiempo, se le teme a dejar la seguridad que brinda lo ya construido y la relación se acepta sabiendo que se podría estar en una mejor. Yo a esto le llamo conformismo.
Esta resignación es culpable de que esas mismas miles de personas no conozcan ni se involucren en una relación que les genere mayor satisfacción. Una por la que se sienta gratitud y un sentimiento de que no se es merecedor a ella por las noches; una que nunca deje de sorprender y que tenga la capacidad de crecer y madurar con los integrantes de la misma; una que parezca salida del guión de la mejor película romántica jamás escrita.
De inicio, los conformistas están seguros de que algo así, un idilio con tantas bondades, no es capaz de suceder en el mundo real. ¿Por qué? Quizá es que nunca han presenciado entre sus conocidos algo parecido o, bien, que su baja autoestima les prohíbe creer que ellos también son capaces de obtenerlo.
Sí, como su nombre infiere, los conformistas son un montón de perdedores. Su falta de ambición, visión, perspicacia y, peor aun, curiosidad, los tiene anclados a un romance que, probablemente, hace años dejó de ser romántico.
Otro tabú, que mencioné antes, es el pensar que es mejor estar en una relación mediocre a no estar en una relación en absoluto. Esto tiene que ser una de las peores creencias en la historia de las relaciones humanas y una de las más tristes también.
La soltería es un lapso maravilloso en la vida de la gente, lleno de aprendizaje, autoconocimiento y vivencias que ayudan a moldear el carácter y disfrutar la compañía de uno mismo. Es ese periodo el que favorece a sentir amor por uno mismo y, una vez que se logra, es posible pensar en amar a otras personas.
Al igual que un mal trabajo, en el que no se crece personal ni profesionalmente, en el que sólo se está viendo el reloj para que den las seis y se pueda salir corriendo, en el que se está subestimado y nadie advierte el esfuerzo y compromiso de todos los días, el consejo es el más lógico. En estos casos, lo ideal es armarse de valor y renunciar. Ni más ni menos.
Supongo que la principal razón es el miedo. Al fin y al cabo, para muchos, un mal trabajo es mejor que no tener trabajo. Brinda una estabilidad que, a pesar de no ser ideal, al menos es fija; se tienen ciertas prestaciones y una antigüedad de la que es difícil desprenderse.
Si lo pensamos, el amor puede ser muy similar, si no es que idéntico. Existen miles de parejas que están en una relación que no es nociva, escandalosa, destructiva o violenta y, en contraparte, tampoco es excitante ni apasionada. Simplemente están, sin emoción ni pena, sin mayores problemas ni bifurcaciones. Se está como si se mirara crecer el pasto.
Al mismo tiempo, se le teme a dejar la seguridad que brinda lo ya construido y la relación se acepta sabiendo que se podría estar en una mejor. Yo a esto le llamo conformismo.
Esta resignación es culpable de que esas mismas miles de personas no conozcan ni se involucren en una relación que les genere mayor satisfacción. Una por la que se sienta gratitud y un sentimiento de que no se es merecedor a ella por las noches; una que nunca deje de sorprender y que tenga la capacidad de crecer y madurar con los integrantes de la misma; una que parezca salida del guión de la mejor película romántica jamás escrita.
De inicio, los conformistas están seguros de que algo así, un idilio con tantas bondades, no es capaz de suceder en el mundo real. ¿Por qué? Quizá es que nunca han presenciado entre sus conocidos algo parecido o, bien, que su baja autoestima les prohíbe creer que ellos también son capaces de obtenerlo.
Sí, como su nombre infiere, los conformistas son un montón de perdedores. Su falta de ambición, visión, perspicacia y, peor aun, curiosidad, los tiene anclados a un romance que, probablemente, hace años dejó de ser romántico.
Otro tabú, que mencioné antes, es el pensar que es mejor estar en una relación mediocre a no estar en una relación en absoluto. Esto tiene que ser una de las peores creencias en la historia de las relaciones humanas y una de las más tristes también.
La soltería es un lapso maravilloso en la vida de la gente, lleno de aprendizaje, autoconocimiento y vivencias que ayudan a moldear el carácter y disfrutar la compañía de uno mismo. Es ese periodo el que favorece a sentir amor por uno mismo y, una vez que se logra, es posible pensar en amar a otras personas.
Al igual que un mal trabajo, en el que no se crece personal ni profesionalmente, en el que sólo se está viendo el reloj para que den las seis y se pueda salir corriendo, en el que se está subestimado y nadie advierte el esfuerzo y compromiso de todos los días, el consejo es el más lógico. En estos casos, lo ideal es armarse de valor y renunciar. Ni más ni menos.
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